Muchas veces me pregunto como hubiese sido mi vida, si aquél fatídico día hubiese conseguido escapar, la calles no son peor lugar que esta oscuridad en la que estoy sumida.
No puedo moverme, me duelen todos y cada uno de los músculos y aún siento la sangre recorrer mi boca, no tengo consciencia de cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aqui, no hay nada, nadie...sigo sola.
Me encojo sobre mi misma, no se cuando pasa el día o la noche, estoy desconcertada, dolorida y fundida en esta oscuridad que me aprisiona, no puedo tener miedo de algo tan insignificante, oscuridad... a lo que realmente le temo es a la luz.
Porque mientras permanezca aquí, nada me puede hacer daño, nadie puede arañarme ni golpearme al punto de la inconsciencia, en la penumba estoy a salvo...
Por eso me da miedo ver la luz, porque significa que vendrán otra vez y no puedo más, durante estos interminables días, si es que ha pasado alguno, no me he podido borrar de la cabeza esa imagen, de aquél cerdo sucio y gordo, sanguinolento con a penas un respiro para morir, y cada vez que la recuerdo un sentimiento de paz y alivio de envuelve, como si amase ver como la sangre de otra persona, si es que se le puede denominar así, recorre mis dedos y me salpica el rostro.
Tengo un cuchillo roto y oxidado que se le debió caer a alguien que pasaba cerca, lo cogí metiendo las falanges por debajo de la puerta aún con el riesgo de rompérmelas, pero no me importa, siento el filo presionar mis venas, como el corazón se acelera al oir los pasos, mis dedos se mojan en aquél tibio líquido y se posan en la pared.
Quiero matarles a todos, que me supliquen como yo he suplicado, aprieto los dígitos contra el hormigón, escribiendo mientras siento mis fuerzas irse, hasta que caigo al suelo y me vuelvo a encoger, esperando a la luz...esperando a mi soledad...
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