Le vi levantarse lentamente del mullido sillón, colocarse bien el cuello del uniforme y mirarme durante unos instantes con detenimiento.
-Ya es hora de que parta.-Dijo solemne, como de costumbre me dedicó una sonrisa perfecta de dientes blancos.- El teniente-coronel no sabe apañárselas sin mi.
Rió con sutileza mientras se colocaba los guantes y yo simplemente sonreí, le observé mientas cogía el paraguas negro, la tormenta que hacía fuera era realmente aterradora ante mis ojos mecánicos.
-Yo no me moveré de aquí.-Dije con un ligero calor en mis mejillas.- Estudiaré duro para que usted se sienta orgulloso.
Me pareció verle fruncir el ceño, sin embargo, si lo hizo fue un momento fugaz. Me saludó con la mano derecha sobre su frente como buen militar que era.
-Ten cuidado y no destroces nada.-Dijo divertido, una risa burlona salió de sus labios.- Y si lo haces asegúrate de dejarlo todo como estaba.
-Si-Asentí y me aferré a la taza que tenía entre las manos, estaba tan caliente que por un momento mis manos se quemaron.- Ezer… ten mucho cuidado.-
Salió sin decir ninguna palabra más, me di la vuelta para observar al alquimista bajar por la calle y desaparecer en una esquina. Dejé la taza sobre la mesilla de café y me dejé caer sobre el sofá.
Aquél alquimista, se llamaba Ezer Lauffer y fue quién mediante alquimia me implantó los ojos que me permiten ver hoy, aunque los colores aún no puedo distinguirlo y eso me restringe a una vida en escala de grises.
El alquimista mecánico, o era así como le llamaban en las filas del ejército, sentía una inusual pasión por los mecanismos extraños y podría decirse que se trataba de un auténtico tecnófilo. Y la verdad, gracias a eso hoy puedo contar lo que veo.
Ezer era alto, esbelto y tenía el cabello a media espalda, de tonalidades claras. Su mirada, profunda era de color oscuro y a veces podría jurar que se podían ver las olas en ellos. No era hablador pues con sus ojos era capaz de decirlo todo y su seriedad a veces se rompía en sarcasmos y en humor inteligente.
Pero de Ezer, lo que más me llamaba la atención, era su voz, suave y delicada e incluso se podría decir que algo melosa y semejante a la de una mujer pero su tono hacía que esa sensación se rompiese.
Durante el momento vivía con él con una sensación de culpabilidad enorme, sentía que no merecía su amabilidad debido a que, aquel destino me lo había buscado yo.
En aquella convivencia, había una especie de pacto y gracias a eso podía vivir tranquila. En aquella casa grande pero modesta me preparaba para entrar al cuerpo de alquimistas nacionales y, mientras Ezer no estaba, hacía las tareas que corresponden a las criadas, pero no era una mala forma de pagar al casero.
Tras pensar detenidamente sobre el hombre que me había acogido, mis ojos giraron por la habitación y seguidamente me levanté del sofá con pesadez.
El examen cada día estaba más cerca y por supuesto cada día tenía más miedo, había oído que pocos alquimistas lo superan. “Puedes hacerlo” Me decía constantemente mi subconsciente “Tus investigaciones dan sus frutos”
Planeaba mostrar el resultado de una investigación exhaustiva sobre la alquimia del aire. Mi reto consistía en intercambiar partículas de aire estáticas, en términos teóricos, por partículas de aire en movimiento sin que ese hecho conllevase la destrucción de la habitación dónde investigaba.
Subí lentamente las escaleras, hasta el ático, me senté en la silla de madera y suspiré. Aquél lugar era un caos, aunque nunca había estado muy ordenada.
Recuerdo haberme puesto tan nerviosa que un pequeño error de cálculo se convertiría en mi baza para entrar en el cuerpo de alquimistas nacionales…
solo espero la continuacion :zippy:
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